domingo, 25 de noviembre de 2012

Ni Isabel, ni Fernando.



   Supongo que empezáis a sospechar que los días que no escribo no son ajetreados, sino un cúmulo de perezas o de otras aficiones o propósitos. Sin embargo, tengo un motivo para mi ausencia de ayer que comprenderéis perfectamente: soy fan de los días de reflexión.
   Precisamente, acerca del asunto de la independencia, la propuesta del federalismo y el antipatriótico separatismo, reflexioné ayer. Sí, como lo oyen. Y en sábado. Con sinceridad, he eludido todo lo posible este tema porque me aburre profundamente; no por esa pasividad congénita de España, sino porque no se abordan los asuntos prioritarios. Uno de ellos es la nulidad argumental de que un sistema democrático basado en el referéndum -o, al menos, más participativo- es un incordio para la población, porque en dos años ha habido más de una elección en un sitio, en otro, o en todos, y a nadie se le ha ocurrido blandirlo para liberarnos del coñazo que suponen la fiesta de la democracia y el derecho a votar porque te parten la tarde del domingo. Volviendo al asunto, que Catalunya se independice o no es una decisión importante, incluso urgente de encauzar, tanto para unos, como para otros. Pero en estos dos meses aproximadamente de campaña, nadie ha levantado algunas tapaderas. Tampoco soy yo el apropiado para hacerlo, pero si tengo que hablar sobre espinitas clavadas, pues me pongo con el zarzal.
   Si Catalunya no consigue resultados a medio plazo en su deseo de independencia de España, la frustración y el rencor, así como la tranquilidad y el palmeo de espalda se apoderarán de las calles, de uno a otro costal. En cambio, si Catalunya lograra, final o parcialmente, llevar a buen puerto su empresa, me pregunto: ¿Y el siguiente? Porque en este maldito país tenemos, sin querer darnos cuenta, a tres hermanos: Euskadi es el hijo mayor, el rebelde, que después de mucho usando métodos injustificables, ahora está en proceso de calma –cuando se calme, se volverá a hablar en serio de la independencia-; Catalunya, la mediana, que está siguiendo los pasos de su hermano, y aunque no tiene tanto aval histórico, ha hecho brecha, quizá aprovechando el cansancio de una madre patria angustiada con no llegar a fin de mes y agotada por los años de rebeldía del mayor; por último, Galiza, que por ser la pequeña y la más callada, su identidad queda en el olvido. En todos hay matices, obviamente, pero este es el pastel que tenemos en la mesa. Algunos rumores y vídeos extranjeros han hablado de secesiones en cadena, desmembramientos gore que dejarán este país en agua de cerrajas, porque ahora lo políticamente correcto es mantenerse unidos y remar todos a una, y esto lo dice el mismo estado que es conocido por su picaresca, que no es sino un acto callejero de egoísmo.
   Más asuntos: no entiendo muy bien los debates pormenorizados sobre la liga futbolística, el sistema político del presunto estado catalán o la devaluación de su nueva acuñación, cuando son aspectos pseudo-internacionales; en todo caso, propongo un programa en TV3 antes de Polònia informando de todo esto a los verdaderos implicados, y que, aprovechando la ocasión, ya que es cadena pública, se emita en la TDT a nivel nacional, junto con las demás. Entre otras cosas, porque veríamos la barbaridad que se está haciendo desde hace años con Telemadrid, por ejemplo, o, y aquí viene un aspecto de todo esto que me motiva especialmente, aprenderíamos un poco nuestras propias lenguas ¿Por qué no se estudia galego, euskera o català en Extremadura, Murcia o Ceuta? ¿Quién es el Gobierno para limitarnos territorialmente a aquellos que no gozamos del bilingüismo dentro de nuestra nación? Son lenguas presentes en la Constitución Española, y deberían conocerse mínimamente cada una de ellas: primero, para borrar todos los prejuicios que pueda haber sobre este aspecto y enriquecer por igual a todos los habitantes de este país; segundo, para que podamos caminar, viajar, trabajar y residir en cualquier punto sin preguntar por el significado de los letreros o pidiendo que nos hablen en castellano; y tercero, porque, si bien los niños bilingües necesitan más apoyo en el estudio general durante su primera etapa educativa, a partir de los doce años su capacidad intelectual es mayor que la de aquellos hablantes de un solo idioma, con todo lo que ello conlleva para el aprendizaje.
   Habrá que preguntarse por qué no se fomenta la convivencia de lenguas y culturas dentro de España, y por qué no se tratan los aspectos prioritarios de una situación como la que vivimos, con la discriminación autonómica que esto supone, entre otras muchas consecuencias que sí desunen verdaderamente. Con toda probabilidad, este tira y afloja salva de la quema a muchos, pero ojito con forzar la máquina, que en estos tiempos en los que el Rey está pachucho lo mismo que ha surgido Artur Mas, puede surgir un Carlos María Isidro o un Niceto Alcalá-Zamora.


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@cheaale

2 comentarios:

  1. Creo que das en el clavo en varios puntos, pero destaco el tema de la lengua.
    Yo he aprendido catalán después de estar en Catalunya y por abrirme posibilidades. Y bien es cierto que siempre he defendido que me parece absurdo que tengamos estas peleas con este tema y no aprovechemos la riqueza que eso aporta a una cultura y a las personas. Sería un punto fuerte de España que todos pudiésemos defendernos en al menos dos lenguas de las 4 oficiales que hay. Y, por supuesto, se debería fomentar su aprendizaje desde pequeños, cuando es más fácil. Porque tanto bilingüismo con inglés y no con catalán, euskera o gallego?

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  2. Un dato: En España no solo se hablan 4 lenguas y no solo estas 4 son oficiales. El occitano aranés también es oficial en España desde 2006 y, aparte de estas 5, se hablan el aragonés y el asturiano, marginados por sus respectivos gobiernos autonómicos (en Asturias, Castilla - León, Extremadura y Aragón).

    Más datos:
    http://es.wikipedia.org/wiki/Idiomas_de_Espa%C3%B1a

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