“Buenas tardes. Llevo semanas con una tos horrible, y no se va con
caramelos ni jarabes […] Ah, que está en la lista; ¿Y cuánto cuesta ahora? […]
Gracias. Una cosa más: ¿Yo tengo Seguridad Social?”. Son fragmentos de la
conversación que tuve hace un mes en el ambulatorio. El cien por cien del
medicamento no ascendía mucho, pero tuve la sensación generalizada de dolor
punzante en el bolsillo. La última pregunta, para alivio de todos, tiene final
feliz, aunque, en la soledad del análisis del corredor de fondo, no será así
mucho tiempo. La respuesta de mi médica: “De todos modos, no preguntes mucho
por ahí”.
Yo no soy de Madrid, pero la villa tiene un significado muy vivo y
especial en mí. Ese amor y esa adopción me enorgullece y llena de tristeza,
según los casos. Con la privatización de la sanidad, iniciada por Esperanza Aguirre,
no puedo hablar de orgullo. En los últimos tiempos, se ha anunciado la
inviabilidad de cubrir el gasto sanitario con el erario público. En esto,
Madrid es el primero de la clase.
Parece ser que el oro emigrante al Segundo Mundo es el culpable confeso
de que el Ministerio de Sanidad –entre otros- no goce de licencia copyleft. Parece ser que la sanidad
privada cuesta al contribuyente menos que la pública, que el servicio y la
cobertura son visiblemente superiores. También parece ser que los informes que
nos sitúan como el mejor o de los mejores sistemas sanitarios no sirven; como
en 1984 (Orwell, G.), ya disponemos
de textos que supriman aquellos obsoletos resultados. Y por supuesto, parece ser que, más que centros de
salud gratuitos, este país precisa de una red de sanatorios mentales para los
que atentan contra la salud privada. Y así, con este ideario sin airear, avanza
el fanapapismo de Ignacio González,
fiel impulsor de la última fase del Plan Regional de Privatización (PRP):
llevar a cabo lo que su mentora propuso, anunció e introdujo en el inconsciente
madrileño. Y empezamos por La Princesa, porque si conseguimos acabar con los
importantes antes de que se vean los efectos, quitar de en medio a los ambulatorios
o centros y servicios menores va a ser cosa fácil.
Esta mañana hubo una marcha de la Marea blanca por todo Madrid, muy
secundada, muy difícil de criminalizar. Y hace días el Colegio Oficial de
Médicos de Madrid reprobó estas medidas autonómicas de forma unánime, y próximamente
sabremos de ellos ¿Cambiará algo toda esta gente? Claro, pero siguiendo el
proceso habitual: años después, con el recuento de las muertes, se aprobará un
parche a marchas forzadas; las movilizaciones seguirán y aumentarán, y hasta
ahí sabemos por el momento. Hay que empezar a asumir las muertes como proceso
de reforma. Es así: las más recientes, por los desahucios, aun suenan frescas;
pero hace tiempo que no se habla de la mujer que falleció por un aneurisma en Catalunya por recortes sanitarios, o
del joven en Euskadi que cayó por unpelotazo de la Ertzaintza. Ni siquiera se honra a las víctimas que hubo entre el veinte de noviembre de mil novecientossetentaicinco y el proceso constituyente de tres años después.
Ocurre que, con la privatización de la sanidad, se da un paso más allá:
en las dualidades ciudadano-manifestante, trabajador-opositor, en este nuestro
tiempo y en esta nuestra ciudad, el detalle es que ya no solo no interesa el
segundo término, pues no es necesario el capital humano. En los campos de
concentración nazis, ante los rumores de exterminio, el argumento era: ¿Cómo
van a matar a su mano de obra? ¡Nos necesitan!... Pues eso.
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@cheaale
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