sábado, 8 de diciembre de 2012

¡Viva mi casta!


   Madrid siempre les costó mucho a los carceleros de libertad. Lo vimos con la imposición de Pepe Plazuelas y sus moros, y con Paco Piernascortas y su pan de la España nueva (Nueva España, qué ironía, acogió a muchos que se negaron a comerlo). Admitámoslo: tenemos una capital que hace enorgullecer a cualquier provinciano, tan suya, tan diferente y tan de respetar. Alfonso XIII abdicó por no provocar una guerra civil –por cierto, inevitable-, y su nieto ha empezado a pedir perdón a los setentaicuatro años. La endemia recibida.
   He aquí la deturpación de los gentiles hombres públicos. Esta y no otra es la prueba irrefutable de la distinción de castas –la pública y la mediocre-, organismos independientes y necesarios entre sí. Ambos sufren idénticos malos y, como en todo, hay alternancias, divisiones, unificación (ya menos) y traspasos. Y no solo dentro de la frontera, que es lo más transespléndido. En este sentido hay celebérrimas diferencias para con el Reino de España, sobre todo en la casta pública, pues si existen dos, no es sino porque la existencia de esta evidencia a la otra. «La Otra», ese es su nombre en los corrillos del Congreso. La casta de los mediocres, o «la Otra», a pesar de los pesares y de los honores, y de no deber favores a sus personalidades, salvo votarlos e insultarlos en los bares, sigue sin pronunciar un discurso. Entiéndanme, la Historia ha cambiado por algunos hombres públicos buenos y por la lucha sin descanso de la casta mediocre, pero mayoritariamente siempre triunfó el dictado, y no la redacción. La diferencia está en nuestra historia y nuestra ignorancia: no conocemos las andanzas de otros pueblos, y todos sabemos los pasos del Ejecutivo con solo mirar a esos países en derredor nuestro, mas ¿quién prevé a los mediocres? ¿Quién nos imagina protestando, pacífica o violentamente, sin conseguir nada? ¿A niveles hasta ahora no vistos? Yo, personalmente, rememoro el Madrid goyesco, el republicano y otros muchos Madriles, otras muchas Españas, y llego a la conclusión de que España, si se hunde, lo hará con honor, porque ella lo decida, porque somos capaces de superar todo lo de fuera –con lo de dentro, tengo mis dudas-. Y probablemente aguantemos más que otros, como buen país de impronta católica y opusiana, pero el día que digamos “hasta aquí”… El día que digamos “hasta aquí”, nuestras barricadas, ahora construidas con libros, se incendiarán.


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@cheaale