En el
principio fue el Verbo. Error. El lenguaje carece de principio –y carece,
también, de creencia-. El lenguaje es ab
æterno.
El
lenguaje siempre existe. Ni siquiera podemos conjugar EXISTIR en pasado, porque no hay pasado en la
eternidad. Existe. Que una persona sea lenguaje es formalmente correcto,
semánticamente admisible, poéticamente curioso y físicamente herético.
Si el
lenguaje tiene esa condición, hay que desistir del cuándo se origina y
centrarse, más bien, en el cómo. ¿Cómo se origina el lenguaje? Pero ¿qué
lenguaje?
El
primer lenguaje es sensorial. Concretamente, olfativo. El ejemplo lo tenemos en
los animales menos evolucionados –en algunas cosas-. Los perros huelen la
enfermedad, las moscas la mierda, las hormigas el dulce y los depredadores el
miedo. El olfato es nuestro primer órgano comunicacional.
Dentro del código lingüístico de la sensibilidad encajamos los otros
sentidos: los seres vivos se comunican viéndose los ojos, tocando una herida
abierta, escuchando un crepitar de ramas. El instinto es la máquina de este
lenguaje originario.
El
segundo lenguaje es el no verbal. El vello, la piel, los tics, los músculos, la
pulsación, el sudor; comunicamos involuntariamente, intencionadamente. Los
mimos, los animales, las plantas. Un volcán, las mareas, una nube entallada en
una sierra. La comunicación no verbal imprime un ciclo sin inicio ni fin en los
cuerpos y el entorno, y es el giro de ese ciclo –es decir, la acumulación de
experiencias, de movimientos, de repeticiones- el que origina la interpretación
colectiva y el –intento de- control del lenguaje.
El
último lenguaje es este. El escrito, en su última fase; el hablado, en sus
inicios. Independientemente de que varios puntos inconexos generen cada uno una
lengua propia en un periodo de tiempo compartido, o de que en algún punto del
planeta surja una lengua troncal –el indoeuropeo, y no una torre a disgusto de
Dios- de la que derivan todas las lenguas muertas y vivas, independientemente
del origen de las lenguas, esta última evolución del lenguaje nace de cuatro
circunstancias: la respiración, el esfuerzo, la alarma y la súplica.
Concretamente, la súplica puede ser la definición más clara de atavismo.
Todo el lenguaje verbal de la Humanidad proviene de esas cuatro circunstancias.
Todo lo demás es añadido. Todo lo demás se concentra en esos cuatro elementos
fonadores.
Todos
los lenguajes se dan en Palestina. Todas las evoluciones y fases conviven.
Todos los códigos culturales habitan, aunque no todos sean comprendidos por
todos. La tecnología facilita la recepción de esos lenguajes, multiplicando el
alcance de su ciclo comunicacional. La respiración y la no respiración se dan
en Palestina. El esfuerzo de vivir, de buscar, de matar, de comer, de enterrar,
de llorar, de lavarse, de beber, de salir, de expulsar, de recuperar, de
construir, de desescombrar, de responder, de gritar se da en Palestina. La
alarma del ataque, de la huida, de la luz, del techo, de la bomba, de la
munición, de la ropa, de la leche, del olor, de la vista, del oído se da en
Palestina. La súplica del llanto, del dolor, de los ojos, de la pizarra, del
balón, de comunicar, de abandonar, de dar muerte, de respirar, de esforzarse,
de oler, de ver, de tocar, de hablar, de rezar, de tregua, de ataúdes, de
zapatos, de colchones, de reaccionar, de justicia se da en Palestina.
El
lenguaje es eterno, pero sus facultades no.
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@CHEAALÉ
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