lunes, 22 de septiembre de 2014

Un origen del lenguaje en Palestina



  En el principio fue el Verbo. Error. El lenguaje carece de principio –y carece, también, de creencia-. El lenguaje es ab æterno.

  El lenguaje siempre existe. Ni siquiera podemos conjugar EXISTIR en pasado, porque no hay pasado en la eternidad. Existe. Que una persona sea lenguaje es formalmente correcto, semánticamente admisible, poéticamente curioso y físicamente herético.

  Si el lenguaje tiene esa condición, hay que desistir del cuándo se origina y centrarse, más bien, en el cómo. ¿Cómo se origina el lenguaje? Pero ¿qué lenguaje?

  El primer lenguaje es sensorial. Concretamente, olfativo. El ejemplo lo tenemos en los animales menos evolucionados –en algunas cosas-. Los perros huelen la enfermedad, las moscas la mierda, las hormigas el dulce y los depredadores el miedo. El olfato es nuestro primer órgano comunicacional.

  Dentro del código lingüístico de la sensibilidad encajamos los otros sentidos: los seres vivos se comunican viéndose los ojos, tocando una herida abierta, escuchando un crepitar de ramas. El instinto es la máquina de este lenguaje originario.

  El segundo lenguaje es el no verbal. El vello, la piel, los tics, los músculos, la pulsación, el sudor; comunicamos involuntariamente, intencionadamente. Los mimos, los animales, las plantas. Un volcán, las mareas, una nube entallada en una sierra. La comunicación no verbal imprime un ciclo sin inicio ni fin en los cuerpos y el entorno, y es el giro de ese ciclo –es decir, la acumulación de experiencias, de movimientos, de repeticiones- el que origina la interpretación colectiva y el –intento de- control del lenguaje.

  El último lenguaje es este. El escrito, en su última fase; el hablado, en sus inicios. Independientemente de que varios puntos inconexos generen cada uno una lengua propia en un periodo de tiempo compartido, o de que en algún punto del planeta surja una lengua troncal –el indoeuropeo, y no una torre a disgusto de Dios- de la que derivan todas las lenguas muertas y vivas, independientemente del origen de las lenguas, esta última evolución del lenguaje nace de cuatro circunstancias: la respiración, el esfuerzo, la alarma y la súplica.

  Concretamente, la súplica puede ser la definición más clara de atavismo. Todo el lenguaje verbal de la Humanidad proviene de esas cuatro circunstancias. Todo lo demás es añadido. Todo lo demás se concentra en esos cuatro elementos fonadores.

  Todos los lenguajes se dan en Palestina. Todas las evoluciones y fases conviven. Todos los códigos culturales habitan, aunque no todos sean comprendidos por todos. La tecnología facilita la recepción de esos lenguajes, multiplicando el alcance de su ciclo comunicacional. La respiración y la no respiración se dan en Palestina. El esfuerzo de vivir, de buscar, de matar, de comer, de enterrar, de llorar, de lavarse, de beber, de salir, de expulsar, de recuperar, de construir, de desescombrar, de responder, de gritar se da en Palestina. La alarma del ataque, de la huida, de la luz, del techo, de la bomba, de la munición, de la ropa, de la leche, del olor, de la vista, del oído se da en Palestina. La súplica del llanto, del dolor, de los ojos, de la pizarra, del balón, de comunicar, de abandonar, de dar muerte, de respirar, de esforzarse, de oler, de ver, de tocar, de hablar, de rezar, de tregua, de ataúdes, de zapatos, de colchones, de reaccionar, de justicia se da en Palestina.

  El lenguaje es eterno, pero sus facultades no.





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@CHEAALÉ

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